Estábamos sentadas tomando café y hacía más frío que nunca. Sujetando un cigarro apagado empezó hablar. Después de tantos días en silencio pensé que aquello era un milagro. Escuché cada una de sus palabras, vi cada uno de sus gestos, y llegue a sentir sus emociones. Llegué a llorar, cuando la escuché llorar por dentro.
Esto fue lo que ella sujetando aquel cigarro relataba. Yo sabía que no era conmigo con quien hablaba, y que estaba donde decía que estaba.
Solo quedan cuatro paredes blancas. Por lo menos eso es lo único que veo yo. Cuatro enormes paredes blancas que me rodean, sin ninguna salida. Ni una ventana, ni una puerta, ni siquiera una pequeña grieta en el techo que haga entrar un poco el aire.
Solo quedo yo. Completamente desnuda, sin nada que me tape ni me de calor. Pero no siento nada. Por dentro estoy igual de vacía que por fuera. Ni siquiera me pregunto qué hago aquí. No me importa. Probablemente piense que no estaría mejor en ningún otro sitio. Total, ya que más da.
Supongo que aparecí aquí el día que te fuiste. Y que poco a poco fui sacando de este cuarto todas tus memorias. Que seguramente algún día hubo una grieta, por dónde te fui expulsando hasta poder cerrarla y ahora estar así. Supongo que fui borrando tus miradas, tus sonrisas, tus palabras. Supongo que más tarde tus silencios, tus distancias.
Supongo que fue así como sucedió. Que fui desechando todo mi yo, que eras tú, hasta quedarme desnuda y vacía entre cuatro paredes blancas.
Supongo que me perdí entre tanta cosa. Entre tanta música, entre tantas cartas. Que me perdí al entrar en casa, al meterme en la cama, y darme cuenta de que ya no estabas. Y supongo que entre tanta cosa me perdí. Y lo tiré todo.
Cualquiera hubiera dicho que lo hacía para reconstruirme, para olvidarte y volver a empezar. Cualquiera diría que lo he conseguido, que ya no me queda absolutamente nada. «Que ya no piensa en él»
Pero la verdad es esta: estoy aquí, entre estas cuatro paredes blancas, desnuda, sin nada que me tape ni me de calor. Que no se cuanto tiempo ha pasado, podría llevar un día, o una eternidad. Que no hay ninguna grieta en el techo, por que la llevo yo por dentro. Que no, que ya no soy yo, por que yo era tú.
Y si no estás tú, yo solo puedo estar aquí: entre estas cuatro paredes blancas, desnuda, sin nada que me tape ni me de calor.